A la hora de estudiar los efectos del divorcio en los hijos es difícil determinar si es el propio divorcio es lo que les afecta o una serie de factores sociales que acompañan muy frecuentemente a la separación de las parejas. En principio lo que parece demostrado es que el divorcio produce vulnerabilidad en los niños.
Entre los factores sociales (Kalter et al. 1989) destacan:
Pérdida de poder adquisitivo. La convivencia en común supone el ahorro de una serie de gastos que se comparten. La separación conlleva una pérdida de poder adquisitivo importante.
Cambio de residencia, escuela y amigos. El divorcio de los padres conlleva cambios importantes en el entorno del hijo. Puede tener que cambiar de colegio, o de residencia. El impacto que tiene este factor en el desarrollo y ajuste social del niño es muy importante.
Convivencia forzada con un padre o con miembros de la familia de alguno de ellos. No siempre la elección del padre con el que se convive es la que el niño quiere. La familia de los separados apoya el trabajo adicional y aporta frecuentemente el apoyo necesario para que el padre que se hace cargo del niño pueda realizar sus actividades laborales o de ocio. Este factor conlleva una convivencia con adultos, muchas veces muy enriquecedora y otras no tanto.
Disminución de la acción del padre con el que no conviven. El padre que no está permanentemente con su hijo deja de ejercer una influencia constante en él y no puede plantearse modificar comportamientos que no le gustan los fines de semana que le toca visita. Por otro lado, el niño pierde el acceso a las habilidades del padre que no convive con él, con la consiguiente disminución de sus posibilidades de formación.
Introducción de parejas nuevas de los padres. Es un factor con una gran importancia en la adaptación de los hijos y tiene un efecto importante en la relación padre/hijo.
Si se dan, además, factores emocionales en los padres, los efectos negativos en los hijos pueden multiplicarse. Por ejemplo:
Una mala aceptación del divorcio por uno de los padres puede llevarle a convivir con una persona deprimida u hostil.
Un divorcio conlleva, por su propia naturaleza, una cierta hostilidad entre los padres. Cuando esa hostilidad se traslada a los hijos, intentando que tomen partido o que vean a la otra persona como un ser con muchos defectos, se está presionando al niño para que vea a su padre desde un punto de vista equivocado, porque tendrá muchos defectos; pero siempre será su padre. Si la hostilidad entre los cónyuges persiste después del divorcio, es difícil que no afecte a la convivencia con el niño.
Factores emocionales que se modifican en el niño por el divorcio de sus padres según Amato (1994) y diferencias con los niños cuyos padres continúan juntos:
Bajada en el rendimiento académico.
Peor autoconcepto
Dificultades en las relaciones sociales
Dificultades emocionales como depresión, miedo, o ansiedad entre otras
Problemas de conducta.
Wallerstein (1994) ha realizado el seguimiento de 131 niños durante 25 años y ha encontrado que estos efectos del divorcio en ellos no se limitaban al periodo de duración del divorcio, sino que trascendían a toda su vida. Otros estudios confirman esta afirmación (Sigle-Rushton, Hobcraft y Ciernan, 2005).
Señala Wallerstein, como factor modificado en los niños de padres divorciados, las dificultades que encontraban para creer en la continuidad de la pareja, con lo que su nivel de compromiso con la pareja era mucho menor. Hay que tener en cuenta que el compromiso es un elemento importante tanto en la estabilidad de la pareja como en el grado de felicidad subjetiva que aporta.
En su última obra, ” Law and Divorce ” (Ley y Divorcio), la psicóloga aporta conclusiones contundentes sobre el perfil psicológico de los hijos de divorciados. Según la investigación:
el 25% de ellos no ha terminado el colegio (contra 10% de hijos normales);
el 60% ha requerido tratamiento psicológico (contra el 30%);
el 50% ha tenido problemas de alcohol y drogas antes de los 15 años;
el 65% tiene una relación conflictiva con el padre (sólo el 5% ha recibido ayuda económica sustancial por parte del padre);
pese a que la mayoría pasa de los 30 años de edad, apenas el 30% se ha casado;
del total de casados, el 50% ya se ha divorciado.
Estas cifras son expresión de problemas psicológicos de fondo.
Según la experta, aunque las reacciones psicológicas al trauma son diferentes y tan variadas como el número de individuos, existen algunas constantes.
En efecto, los hijos de los divorciados sufren sentimientos de culpa-¿se separaron por mi culpa?-, irritación y malhumor, y una gran desconfianza o incapacidad para expresar sus sentimientos auténticos en el momento adecuado.
Como siempre, hay que señalar que las reacciones emocionales que se dan en los hijos no están predeterminadas. Dependen de un número importante de factores, como la historia del niño y la manera y habilidad que el niño tiene para enfrentarse a los problemas.
De tres a cinco años:
Se creen culpables por no haber hecho la tarea o no haber comido. Su pensamiento mágico les lleva a tomar responsabilidades tremendamente imaginarias.
Temen quedarse solos y abandonados. Hay que recordar que en estas edades los padres constituyen el universo entero de los niños y que la relación en la pareja es el medio en el que ellos están cuidados y mantenidos.
De 6 a 12 años (La edad más difícil).
Se dan cuenta de que tienen un problema y que duele y no saben como reaccionar ante ese dolor.
Creen que los padres pueden volver a juntarse y presionan o realizan actos que no llevan más que a un sentimiento de fracaso o a problemas adicionales en la pareja.
Los adolescentes experimentan:
Miedo, soledad, depresión, y culpabilidad.
Dudan de su habilidad para casarse o para mantener su relación.
Como elemento a tener en cuenta en la asignación de los hijos a los padres es el hallazgo de que los hijos criados por el padre del mismo sexo se desarrollan mejor.
El divorcio no puede considerarse como una causa intrínseca de problemas psicológicos, sino como un factor que hace a la persona más vulnerable (Vangyseghem y Appelboom, 2004)
“No importa la edad que tenga el niño, él o ella tendrá más difícil adaptarse al divorcio si existen continuas discusiones en la pareja”, explica el Dr. Deb Huntley, profesor de psicología en la Universidad Argosy “Otros factores que aumentan esta dificultad son: la pérdida de contacto ante una mala custodia de los padres; problemas económicos; cambios de dirección; pérdida de continuidad en el colegio y en las rutinas diarias; y problemas psicológicos con el padre que tenga la custodia”.
Desde el punto de vista de Huntley, un vistazo a la literatura correspondiente muestra que algunos estudios han encontrado efectos negativos en el hecho, mientras que otros estudios no lo hacen o incluso encuentran factores positivos en el divorcio. “La investigación demuestra que los hijos de parejas divorciadas son más propensos a mostrar problemas de comportamiento, más síntomas de problemas psicológicos, menor rendimiento académico, más dificultades sociales y pueden ser discriminados por niños con familias estables”, dice Huntley. Pero muchos psicólogos y planificadores familiares indican que existen muchas similitudes entre hijos de padres divorciados e hijos de familias estables y que entre estos dos grupos existen más parecidos que diferencias. Ahora la pregunta es, ¿para qué niños puede suponer el divorcio un trauma?
Huntley dice que hay conductas para las que los niños parecen mostrar mayor dificultad que las niñas, y que el divorcio se hace más difícil para niños pequeños que para otros mayores. Los niños de preescolar tienen muchos problemas para poder comprender los motivos que llevan a sus padres a divorciarse y responderán con confusión y ansiedad. “No es extraño observar comportamientos regresivos en estos niños, tales como chuparse el dedo u orinarse en la cama. Pueden tener la sensación de ser ellos los culpables del divorcio de sus padres”, dice Huntley.
Los niños que están en la escuela elemental saben comprender mejor esta separación, pero aun así pueden experimentar tristeza y depresión. “Tienen la esperanza de que sus padres vuelvan a retomar la relación. Los adolescentes suelen mostrar enfado y culpar a sus padres de la situación, pero son más conscientes de las dificultades que plantean las relaciones”, explica Huntley.
FUENTE-http://fundacionbelen.org
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